24/8/08

" El Profesor "

El Titanic a veces da clases en las aulas, con planos, maqueta y ¡hasta agua!:

«Comenzaba el ciclo escolar y la clase de química era la más temida de todas; se había ganado esa mala fama por el exorbitante número de reprobados. Cuando llegó nuestro nuevo profesor y nos dijo: “Mi nombre es Federico Gallardo López-Pérez y estudié química cuántica”, nos quedamos sin habla: no sólo era la materia más difícil del año, sino que nos había tocado un erudito como profesor, que difícilmente sería “barco”. Para nuestra propia suerte, descubrimos que el profesor no sólo era barco, sino trasatlántico, que, además, no había estudiado “química cuántica”, sino “química acuática” —carrera que aún dudo que exista».

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Hay casos que comprueban que la enseñanza definitivamente no es para todos:

«Al maestro de física del CUM le decían “El Ñoño”, porque siempre tenía aire de sabiondo. Cuando un alumno levantaba la mano, contagiado por la fiebre Star Trek o porque había logrado interesarse en los campos pantanosos de las fuerzas o la gravedad, él contestaba: “Si no sabe, no pregunte”. Y cuando otro alumno quería dejar claro algo: “Oiga profesor, ¿que a esa fórmula no le hace falta el factor de aceleración?”, gritaba: “Si sabe, ¿para qué pregunta?”».

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Otros profesores deberían saber que leer no quema las pestañas ni saca ronchas:

«El ritual de la profesora de Historia del Arte era el mismo: dejaba su bolsa en el escritorio, se sentaba, abría un libro que se veía malo, malo, y aburrido, y dictaba toda la clase. Un día, cuando faltaban pocos días para terminar el ciclo escolar, dejó de dictar, cerró el libro y nos dijo: “De pintura y escultura ni me pregunten, porque todavía no lo he leído”».

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Desgraciadamente, uno nunca escoge ni su nombre ni a sus alumnos:

«Teófilo, mi maestro de física, nombrado “Teofilito”, sólo se bañaba los domingos, así que el lunes era el día en que se veía menos sucio y, como tenía una calvicie avanzada, se acomodaba el pelo con el clásico peinado conocido como «queso oaxaca»: se lo enrollaba para cubrir aquella zona calva. Además, era un pervertido que siempre les veía las piernas a las chavas del frente y no tenía ningún empacho en decir: “Pongan un arterisco”, “La suma de las juerzas en x…” o “la cantidá, la velocidá…”. Un día, uno de mis amigos provocó un accidente por hacer una travesura y entonces le gritó: “¿Ya vistes lo que hicistes?”».

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Otros maestros tienen la desgracia de que sus apodos sean numéricos:

«A nuestra escuela llegó un profesor viejito al que apodábamos “El Tres Mil” —porque ya había un “Mil” y un “Dos Mil”, más jóvenes que él, por supuesto—. El caso es que este pobre hombre tuvo que apechugar las incontables bromas pesadas que le hicimos; con decirles que, cuando daba clase en mi grupo, los alumnos de los demás salones, en los que también impartía su asignatura, se salían de la materia en la que estaban sólo para molestarlo. Cuando anotaba nuestro nombre en el pizarrón porque hablábamos, bastaba con cambiarnos de lugar y ponernos el suéter o quitárnoslo, si lo traíamos puesto, para que no nos reconociera. Por supuesto, se vengaba en las calificaciones. Aun así, cuando se jubiló, lo echamos de menos».

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Hay profesores que convierten cada día de enseñanza en una anécdota para la posteridad:

«El profesor José Catarino no era muy aficionado a impartir cátedra, por lo que, cuando entraba al salón, nos gritaba: “¡A ver, pónganse a trabajar! Quiero que me copien de la página 100 a la 130 del libro. Reviso antes de que termine la clase”. Y si alguien se atrevía a decirle: “Profe, pero el libro sólo tiene 99 páginas…”, él respondía: “¡Pues la siguiente, hombre, la siguiente!”. ¿Coherente? Yo tampoco pensé que lo fuera».

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Si seguimos el diálogo de Platón «El banquete», siempre habrá un maestro roto para un alumno descosido:

«El profesor de anatomía descriptiva nos dijo en clase, frente a un cadáver: “Para ser un buen anatomista, hay que saber ver, oler y probar”. Al tiempo que hablaba, recorrió con la vista al hombre muerto que se encontraba frente a él y acercó su nariz a la superficie amoratada. Acto seguido, sacó el bisturí y lo abrió; el cuerpo despidió un olor fuerte y desagradable. Entonces, pasó su dedo por las entrañas del cadáver y después lo introdujo en su boca, mientras decía: “Sabe dulce… salado… A ver, hágalo usted”, refiriéndose a uno de mis compañeros, quien lo miró incrédulo. Casi temblando, acercó el dedo al cuerpo y repitió lo que había hecho el profesor. “¡Guácala, qué asco!”, exclamó el alumno. “Muy mal —dijo el profesor—, usted sería un pésimo anatomista”. “¿Por qué?”, le preguntamos extrañados, a lo que él respondió: “Porque el compañero no es un buen observador, no vio que el dedo que introduje en el cadáver fue el meñique y el que metí en mi boca fue el índice”».

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Por último, el concepto de historia como ciencia inexacta queda clarísimo:

«Nuestra profesora de geografía se había convertido en la de historia de un bimestre a otro y, con su peculiar acento de tierra caliente, respondía las dudas supuestamente históricas que nosotros inventábamos: “Profesora, ¿quién fue Teresina la Grande?”, y ella, aspirando las eses, respondía: “Pueh, era una reina, prima cercana de, ¿cómo se llama? ¡Ah, hi!, Luih IV… Creo también era de loh Hanover”. Por supuesto nosotros nos botábamos de risa ante cada ocurrencia». Así son algunos días en la escuela, pues dar clases es un deporte extremo.


Vía: Revista Algarabía

3 comentarios:

Anónimo dijo...
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Ricardo dijo...

Estos cabrones no tienen madre ¬¬

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Consíganse una pinche vida y no vengan a cagar la madre aquí, bola de inadaptados sociales. Acaso creen que con escribir esa cantidad de tonterías me están hiriendo? NO MAMEN. En serio.

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Si allá en Hazme toleran sus pendejadas, pues vayan a chingar la madre a aquel blog. NO me late que echen a perder este. Es penoso para otras personas leer comentarios soeces, a mi me valen madre, sin embargo los otros lectores no tienen porque tolerar babosadas de morritos de secundaria.

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Cualquier comentario pendejo será borrado de ahora en adelante.

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Si mi blog te parece una mierda, OK, no vengas, no me hacen falta tus visitas. Yo escribo por que me gusta y no por dinero. Tus clicks no me dan ni un solo centavo; tengo este espacio porque es una manera de destresarme, de compartir con la gente mis experiencias, de externar mis puntos de vista, etc.

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Evítame la pena de borrar estupideces. Maduren un poco, realmente se ven tan ridículos. Pero bueno, está cabrón corregir a los pendejos, yo no pienso mover un dedo más, los comentarios pendejos serán simplemente borrados, no se hable más.

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Saludos

Anónimo dijo...
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